sábado, 24 de octubre de 2009

Miroslav Tichý

Para algunos un artista inclasificable, marcado por fuertes influencias clásicas, mientras que otros lo encuadrarían como un “outsider” o artista marginal.

Nacido en 1926 en la región de Moravia, de lo que es hoy República Checa. Inició estudios en la Academia de Arte de Praga, sin llegar a terminarlos tras sufrir una primera crisis personal, orientando su primera vocación artística hacia la pintura y el dibujo. Tras la toma del poder en 1948 por parte de los comunistas, Tichý no se mostró muy dispuesto a colaborar con ellos, lo que junto a recurrentes crisis psicóticas, al parecer motivó su encierro durante un total de ocho años entre cárceles y hospitales psiquiátricos. Durante las hospitalizaciones, tal y como se refleja en su historia clínica, Tichý disminuía su producción artística, que incluso destruía, para recuperar la actividad creativa en los periodos intercríticos.

Finalmente se retiró de Praga a su pueblo natal de Kyjov para convertirse en un hombre solitario. A partir de entonces descuida su aspecto externo, deja de bañarse y de cortarse el pelo y la barba, viviendo a modo de un Diógenes moderno en un estado de pobreza, aislamiento social y automarginación extrema de una sociedad que le disgusta y horroriza. En los años 60 abandona igualmente su pasión por la pintura y dibujo para dedicarse a la fotografía, que será el leitmotiv y eje vertebrador de su existencia a lo largo de las tres décadas siguientes. Este vuelco en sus aficiones artísticas ciertamente no tendría mayor relevancia si no consideramos tanto el motivo de sus instantáneas, como la peculiar técnica con la que realiza y procesa las imágenes. Aunque ocasionalmente fotografió alguna vista y edificio de interés local, Tichý se impuso la obligación de disparar 100 instantáneas diarias que tomaba de forma subrepticia e imprevista a las mujeres con las que se cruzaba o iba a observar de forma voyeurística a tomar el sol en traje de baño en parques y piscinas.
Más impresionante aún que la tarea, resultan los aparatos con los que realizaba sus instantáneas y las revelaba posteriormente, construidos artesanalmente con todo tipo de materiales de desecho como cajas de madera, tubos de cartón del papel higiénico, paquetes de tabaco… y de las que nadie pensaría pudieran servir nada más que como accesorio de carnaval. Con el ingenio apoyado sobre la cintura y cubierto por el abrigo, cuando veía alguna mujer descubría la peculiar cámara sin visor alguno y disparaba rápidamente, calculando a ojo la mejor composición posible. Por este motivo, tras ser positivadas, las imágenes no solamente aparecen borrosas y desenfocadas por la mala calidad de la óptica empleada, sino muchas veces mal encuadradas y cortadas. Una vez procesadas en su laboratorio casero, disfrutaba mejorándolas, coloreándolas ocasionalmente o retocando con algún trazo aspectos que quería resaltar. Finalmente las enmarcaba con cartulinas que preparaba especialmente para cada foto, muchas de ellas también arrugadas a propósito o ensuciadas y abandonadas por la estancia, sin haber pretendido nunca comerciar con ellas.


gracias óscar

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